domingo, 5 de julio de 2009

El otro Maquiavelo

A 540 años de su natalicio cumplidos el pasado 3 de mayo, Nicolás Maquiavelo sigue siendo para la mayoría de los mortales el personaje que mejor caracteriza al individuo retorcido, astuto y taimado. Hasta en Google, carecer de escrúpulos es maquiavelismo.
El empresario supuestamente sagaz y con una segunda intención, es calificado de empresario maquiavélico. O el político que maneja una agenda secreta y juega con un doble estándar, dice una cosa y hace otra, o que en el mejor de los casos cuando hace una jugada ya tiene la otra pensada, es reconocido por su maquiavelismo. En síntesis, decir maquiavélico, es sinónimo de conspiración, malicia y perversidad.
Sus antónimos son la nobleza y la sinceridad, que fueron irónicamente, agregadas a su patriotismo florentino y su buena fe y cierta ingenuidad en horas críticas, lo llevaron al estruendoso fracaso que precipitó su muerte a los 58 años de edad, causada por un problema estomacal al parecer diverticulitis, enfermedad típica de personas infatigables como Maquiavelo a quien sus jefes celosos de su sabiduría y conocimientos lo mantenían siempre de un lado a otro de misión en misión, como bien lo reseña en su reciente libro “La conducta de los poderosos” de Gabriel Uribe Carreño.
Pobre Maquiavelo. Desde su tumba debe repetir como El Padrino: “por favor, no insulten mi inteligencia”. El otro Maquiavelo es el excelso diplomático que se formó desde el empirismo, observando y cabalgando de un lado a otro por media Europa. O sentado a la mesa con lo más sanguinario y siniestro de la política medieval, desde César Borgia y el emperador Maximiliano pasando por el papa Julio II hasta el gonfaloniero vitalicio Piero Soderini verdadero príncipe y hombre clave en la vida de Maquiavelo, porque fue su protector.
“El Príncipe”, de sus obra, es la más conocida e importante, producto de sus observaciones pero no de su ejercicio como se supone erróneamente. Con el ascenso al poder de Lorenzo II De Médici, nieto de Lorenzo El Magnífico, Maquiavelo es retirado de la cancillería y pasa su tiempo observando la parafernalia política desde un burdel en compañía de sus amigos. Históricamente comete el error de doblar la cerviz ante Lorenzo y en un gesto de reconciliación y lealtad que De Médici desprecia con desdén, le dedica “El Príncipe”, libro que es enviado a los archivos de la biblioteca y rescatado muchos años después.
No solo lo manda al ostracismo sino que lo humilla justo cuando el talentoso analista político más requiere de su amada Florencia en los últimos años de su existencia, cuando solo sus amigos lo ayudan. Los estudiosos de la ciencia política coinciden en darle a Maquiavelo un sitial de privilegio en la historia que Nicolás partió en dos, porque a partir de su obra nace la teoría antropocéntrica (el hombre como centro de la política) y queda atrás la teocéntrica (Dios metido en la política delegando a unos pocos privilegiados la capacidad de otorgar o quitar poder).
Pocos saben por ejemplo, que Maquiavelo es considerado el pionero de los ejércitos nacionales modernos y que su más brillante victoria política y militar fue el sitio de Pisa, ciudad rival de Florencia hasta entonces baluarte de las luchas contra los precursores del Renacimiento. Pero por muy maquiavélico que fuera el propio Maquiavelo, sus fracasos en lo militar y lo político, fueron catastróficos aunque no menos valiosos como experiencias para su obra literaria y filosófica.
Es tan inmenso el aporte de Maquiavelo al humanismo político que sus teorías se vienen aplicando al desempeño empresarial moderno como método para ser exitosos en situaciones complejas de exigencia y competitividad sin cuartel como las que vive el mundo globalizado. Hay mucho por decir sobre el Maquiavelo que supo interpretar los signos de su tiempo. Y mucho para reflexionar sobre el alcance y las lecturas escondidas que su apasionante obra tiene como instrumento análisis de las virtudes y miserias de la naturaleza humana, en mi opinión, núcleo esencial de la obra del gran Maquiavelo.
Hablaremos del tema y del filósofo que al morir dijo que “prefería ir al infierno para encontrarse allí con los asuntos y hombres de Estado antes que al Paraíso, donde se vería obligado a frecuentar toda la hormigueante masa de ”gusanos” inhábiles”.

Los dilemas de Michael Jackson

Hay quienes pensamos que los dioses protegen a los grandes ídolos con una muerte temprana “just time” para ponerlos a prueba con la suerte futura de su legado. Como Gardel, que cada día canta mejor.
Incapaz de sobrevivir en su Neverland de fantasía, acosado por la fama y los pasos de la vejez, Michael Jackson planeó su final de ícono generacional. Todo su talento artístico cultivado desde temprana edad no fue suficiente para cultivar la autenticidad que se requiere para vivir en una sociedad cada vez más dependiente de la imagen y menos del carácter. Creo que a Michael le aterraba la vejez y que su falta de carácter le impedía pensar que podía vivir viejo, feliz y con dignidad. A lo Charles Chaplin o a lo Bertrand Russell.
Pero el profundo dilema de identidad que tenía Michael Jackson lo puso en la disyuntiva Shakespeareana de ser o no ser, caminando todo el tiempo en la cuerda floja del éxito y sin encontrar jamás la felicidad. Ahora lo que falta es saber si con el tiempo la humanidad podrá decir que recibió un legado del artista que más discos vendió en la historia y que ya no podrá ser superado porque tecnológicamente el disco también está entrando a la historia.
Es algo más que una simple coincidencia la demostración de admiración y respeto que Michael Jackson mostró por Elvis Presley y The Beatles, al comprar todos los derechos de autor de dos que supieron sobrevivir en la memoria de los tiempos porque su arte fue superior a sus fantasías y excentricidades. Para los simples mortales que les sobrevivimos, es normal ver a Elvis con su copete engominado y sus trajes de rockero de postguerra caminando por las grandes ciudades de los EE.UU. Elvis vive y Lennon es eterno, aunque con solo 40 años de vida una bala fanática haya sido su última sinfonía.
Hay momentos en que uno no sabe si The Beatles es mejor en sinfónica o en rock o incluso en música estilizada. Michael tenía una hermosa voz, como reconocía Sinatra. Y era un talentoso bailarín. Y fue un gran creativo visual del espectáculo. Está por verse si su música sobrevivirá al bailarín y al artista de video. De lo que si podemos estar seguros es que su final inspira una enorme compasión. Y es allí donde debe quedar prensado el mensaje para las nuevas generaciones.
Pienso que el gran dilema de Jackson se originó desde su niñez porque fue un ser humano adiestrado para ser exitoso pero no educado para ser feliz. Este Peter Pan electrónico y digital no fue feliz ni siquiera con la hermosa piel negra con que nació. Ni con sus cabellos ensortijados de afroamericano, estirados hasta la calvicie y la peluca de hombre blanco. Todo lo que hizo como cantante, bailarín y artista auténtico logrado con disciplina y creatividad, lo expuso innecesariamente para que el mundo sólo pudiera ver la punta del iceberg.
Aunque su arte le procuraba felicidad a los demás, casi todo lo que hacía lo mostraba como un ser carente de felicidad, él era un ser infeliz que en sus últimos años se dedicó a hacer del pop, lo que el pop fue desde que Andy Warhol tuvo la genialidad de elevarlo al contradictorio e indescifrable mundo de la intelectualidad en la cultura farandulera con su carga de culto a la trivialidad, la sublimación de la superficialidad y la interpretación de una época generalmente consumida por el consumismo del “mainstream”, como se le ha dado en llamar al género de pop comercial a tal punto que aún con un cadáver insepulto se cree que Michael Jackson tendrá más dinero muerto que vivo.